sábado, 2 de abril de 2011

La maldición de Tindaya

Agapito de Cruz Franco

La tragedia se había visto venir. El accidente del 30 de mayo de 2099, colapsó la vida social y política no sólo majorera sino también canaria, y el eco retumbó a lo largo de todas las islas de la Macaronesia: “No se puede tentar a la naturaleza” decían los ancianos que en su juventud habían oído hablar del proceso, y algunos hecho lo imposible por detener aquel atentado al medio natural y cultural. Se hablaba del arte del vacío al nombrar la obra póstuma del escultor Chillida, pero aquel vacío tenía que ver más con el agujero negro por donde habían desaparecido cantidades impresionantes de dinero público con motivo de su pre-construcción. Y de la misma forma que cuando se gana terreno al mar, la naturaleza termina volviendo a por lo que es suyo, la montaña de Tindaya no iba a quedarse de brazos cruzados ante aquel robo geológico.

El derrumbe consecuencia del terremoto y la subsiguiente erupción de magma pilló por sorpresa al Ayuntamiento de La Oliva, al Cabildo de Fuerteventura, al Gobierno de Canarias y al Parlamento de las Islas al completo, quienes invitados por la Sociedad del Arte de Fuerteventura, visitaban el lugar junto a un centenar de turistas norteamericanos procedentes de la Base Naval de la OTAN en Granadilla de Abona (Tenerife). Prácticamente todos ellos fueron sepultados bajo toneladas de piedra y lava junto al ardiente fuego del volcán. Sólo se salvó la alcaldesa Claudina Morales, nieta de quien fuera a comienzos del siglo XX Presidenta de CCM (Coalición Canaria de la Macaronesia) entonces llamada Coalición Canaria (CC). Y se salvó por hallarse investigando en esas fechas la faceta ecologista de su abuela que en 1992 había sido una de las 24 personas firmantes de la Comisión Promotora de la célebre ILP (Iniciativa legislativa Popular) en defensa de El Rincón (La Orotava) cuando era estudiante de Pedagogía en la Universidad de La Laguna. Obra de Gaia sin duda, como agradecimiento ante las buenas obras hacia ella. Casi al instante, se derrumbaba la fachada de traquita –material extraído de la citada montaña- de la sede central de Cajacanarias en Santa Cruz de Tenerife, mientras el maremoto que se formó arrasó por completo toda la costa turística de El Corralejo, incluidos los dos gigantescos hoteles de las dunas levantados en los años 70 del siglo anterior (a los que se tragó por completo el mar), dunas de las que aún hoy es posible hablar, gracias a la lucha en esa época del colectivo ecologista Aulaga.

Nada tuvo que ver aquella tragedia con los espíritus de las antiguos reinos de Maxorata y Jandía, regidos por Guize y Ayoze junto al Consejo de las sacerdotisas Tibiabin y Tamonante, y de una sociedad, la de Herbania, poblada por unos nativos que calzaban majos –un calzado de piel de cabra y por lo que eran conocidos como majoreros- y de una gran espiritualidad, como lo demostraba la montaña sagrada de Tindaya donde llevaban a cabo sus ritos. Tampoco era un accidente casual. Sino la consecuencia de haber herido tiempo atrás el corazón del volcán, hasta que éste no pudo más y estalló en borbotones de muerte.

La prensa digital tuvo que recurrir a las hemerotecas de finales del siglo XX y comienzos del XXI cuando aún se editaban periódicos en papel, para refrescar la memoria a la provincia nº 10 de la Macaronesia y al resto del mundo, de los antecedentes de aquella no-obra. Bajo titulares como “Tindaya: de aquellos polvos vienen estos lodos”, resumían así la historia de la ambición por explotar turísticamente aquella montaña:

“Fue en 1995 cuando comenzó la polémica, que enfrentó al Movimiento Ecologista con los poderes políticos y económicos tras el anuncio de construcción de una obra artística por parte del escultor vasco Chillida en la montaña de Tindaya en Fuerteventura. La obra consistía en abrir el interior de la misma para proyectar el vacío, pero, en su contra se argumentaba, que la montaña era un bien patrimonial debido a los múltiples grabados rupestres que allí se encontraban, aparte de estar catalogada como Monumento Natural y Bien de Interés Cultural y no tener en vigor las concesiones mineras, como denunciaba en el 2 de febrero de 2000 en “la Tribuna de Canarias” Eugenio Reyes, “El Salvaje”, un ecologista ejemplar que perteneció al grupo “Azuaje” de Gran Canaria. Todo ello hacía inviable cualquier actuación en la misma, pero las instituciones políticas terminarían fallando en contra de sí mismas (algo habitual en Canarias en aquella época). Como consecuencia de este galimatías kafkiano, más de 6 millones de euros de dinero público serían regalados a una empresa en quiebra -a la que habían adjudicado la explotación minera- llamada “Canteras Cabo Verde”; la adjudicación de la obra se haría sin el proyecto definitivo terminado, mientras el Gobierno debía adelantar un aval a la empresa constructora (FCC) de 3.800.000.000 ptas. (que era como se llamaba la moneda en ese entonces) otorgándole todos los beneficios, al concederle durante 50 años su explotación; la sociedad pública creada para la gestión de la obra –para los beneficios no pues ya la explotación estaba asignada- la llamaron “Saturno” y haciendo honor a tal nombre desaparecería en la Estratosfera y aún la andan buscando por alguno de los anillos de este planeta; se llegaron a gastar 60.000.000 de las citadas pesetas, para promocionar la obra presentando tan solo unos bocetos de la misma. En 2011 con un sin fin de querellas de por medio aún seguía la trifulca, mientras continuaban buscando los 6 millones de euros (que fue la moneda siguiente a la peseta y anterior a la actual) prestados a la empresa CCV y a la vez, nadie conocía cuánto iba a suponer para las arcas públicas la disolución de la empresa PMMT (Proyecto Monumental Montaña Tindaya) que como saben, si han sido capaces de seguir este lío, estaba formada por la Empresa Pública Saturno (la que buscaban por el espacio estelar) y Canteras Cabo Verde, también desaparecida. Todo esto acontecía cuando el Gobierno de Canarias decidió también en 2011, firmar un protocolo con la Familia Chillida para constituir una Fundación que retomara el proyecto. Lo que aconteció después de 2011 ya es conocido por todos, aunque en esa época nadie podía imaginar el giro que iba a dar aquel tremendo conflicto”.

La explotación turística pues de Tindaya, era algo que no debiera haberse llevado a cabo nunca, pues lo que terminó por explotar y en las narices de las instituciones que lo posibilitaron fue la propia montaña. Era como si de una maldición se tratara, y los abuelos de aquellas personas inocentes que allí habían quedado para siempre hubieran fabricado casi cien años atrás su panteón.

Cuando terminó la erupción se decidió dejar Tindaya como estaba, ya que los cuerpos de los fallecidos y sus instituciones se habían fundido con la lava pasando a formar parte para siempre del edificio volcánico. Sobre sus laderas, unos arqueólogos coordinados por el Doctor en Prehistoria por la Universidad de La Orotava (perteneciente a la RUM –Red de Universidades de la Macaronesia- junto con la de Madeira y la de Angra do Heroísmo en Açores), Pepe el Uruguayo (llamado así porque su bisabuelo, llamado también Pepe y también arqueólogo como él, había desarrollado cierto protagonismo en la defensa de la montaña cien años atrás) descubrirían más adelante sobre sus laderas, nuevos grabados podomorfos. De ellos la leyenda contaba que eran huellas de los antepasados, que intentando sacrificar un becerro de oro al dios del dinero quedaron fundidos con él, y que en las noches de plenilunio, vagaban como sombras por la montaña elevando sus brazos a Saturno y dándose golpes en el pecho.

Cada primavera, un coro de niños frente a la Casa de los Coroneles, al lado –y que se salvó por metros de la explosión de Tindaya- cantaban a coro jugando cogidos de la mano una canción que se popularizó tras este acontecimiento y que decía así: “Al corazón del volcán, al corazón del volcán, el que no ame a Canarias, al corazón del volcán”.

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