martes, 19 de noviembre de 2013

Desobediencia debida

Desobediencia debida

Eduardo Sanguinetti, Filósofo Rioplatense
A una “obediencia debida” aplicada a uniformados genocidas y civiles cómplices, se antepone una inmediata resistencia de una “desobediencia debida”.

Una acción y un discurso que logrará ejercer, bajo el silencio y la alegoría, una acción contundente y digna, cual texto de la realidad, cuya red simbólica se opondrá diametralmente a la del discurso oficial, tan mezquino en sus fines y objetivos en política de derechos humanos.

El 19 de octubre de 2013, en mañana de sábado, con espontaneidad y naturalidad suma ante las urgencias que este tema impone y tantos otros que presionan y oprimen en nuestras existencias, tuve la iniciativa de declararlo el “Día de la Desobediencia”.

Comenzó a circular por las redes de comunicación en el universo de la web y hoy, miles se asimilaron a la tan sana decisión de desobedecer.

Desobedecer al poder de las bestias capitalistas y sus esclavos, a la justicia criminal, al poder de las corporaciones económico mediáticas que conforman la realidad de hoy, a la genuflexión de los intelectuales… En fin, una actitud “demasiado humana”, nutrida del estremecimiento, que ofrece un estado de resistencia cultural y social ética en sus principios y fines y que nos remite a los “dorados años de la infancia” donde el desobedecer era una actitud natural ante el atropello y la torpeza de nuestros mayores, imponiendo criterios y haciendo valer sus arbitrarias decisiones.

Es preciso desobedecer dentro del marco que nos ofrece el orden natural ante el “estado de cosas” por el que intentamos transitar nuestra existencia, tan al margen de un sistema necrótico y disfuncional solo para negociadores y comisionistas.

Desobedecer hacia todo lo que atenta contra el “buen vivir”, en un mundo donde quepamos todos, erradicando la injusticia instalada por los poderes del neoliberalismo, hoy en su cenit y a los mandatarios, soberbios, cobardes y serviles que perpetúan la farsa de hacernos creer que vivimos en una democracia plena.

Desobedecer, expulsando de nuestras vidas la soberbia, la prepotencia, el orgullo, la avidez, la frivolidad, la mezquindad, la avaricia, la adustez, la pacatería, la grosería, la desigualdad, el odio, el resentimiento, la envidia, pues no ignoran que este sistema infecto y criminal de explotados y explotadores nos lleva a enfrentamientos y competencias fuera de tiempo y espacio, para caminar hacia un horizonte de armonía y de fraternidad, al margen de tendencias estúpidas, impuestas y consumidas por un pueblo anestesiado y avaro de sus placeres.

La naturaleza no piensa el mundo, lo conoce desde siempre y no lo representa, se acopla a sí misma y eso le basta. El mundo puede permanecer dentro de su función de hacer de nosotros sus habitantes para que todos/as existamos y terminemos nuestras vidas en él.

El hombre aún no se asimila —con su habitual torpeza— a respetar el orden natural, lo confunde todo y lo degrada, en acciones atroces, al pensarla y aniquilarla, en nombre de dioses que no existen y de leyes que se acomodan a sus estafas…todo devenido como fruto de su miedo y espanto a la naturaleza que nos cobija y a la propia vida que debemos experimentar y disfrutar, ¿no es así?

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