lunes, 15 de junio de 2015

NOVELA DE LA HISTORIA

NOVELA DE LA HISTORIA
EDUARDO SANGUINETTI,

 FILÓSOFO RIOPLATENSE
En lo que va de este milenio, la historia ha perdido su carácter de cuasi-ciencia objetiva para obtener carácter de manifiesto: una construcción en lenguaje ideológico, un renovado relato, afín a la escritura de ficciones.

Esta cercanía con la ficcionalización de la historia determina la historicidad de las ficciones, otorgándoles trascendencia a los ensayos históricos, pues dejan al desnudo la crisis de la objetividad en el denominado “discurso histórico”.

Frente a la imposición del olvido y a la reconciliación amnésica del relato del poder, los mejores ensayos y novelas de los últimos años persistieron en una obstinada interrogación sobre las historias nacionales y del mundo, polemizando en algunos casos, en el que no es posible avanzar sobre tal o cual hecho, en la esfera de lo privado, o lo público, consumado y publicitado, cual objeto de consumo, por los macro medios corporativos de información.

Al igual que los mitos, todos los relatos oficiales devienen en fetichizar el pasado – “la de-generación del documento en monumento” dice Foucault – y a construir una historia por decreto, cual verdad única e irrefutable, ante el silencio, cobarde y cómplice, de los intelectuales que callan y ocultan sumándose al relato de la historia ficcionalizado.

Las prácticas sociales, políticas, y culturales se enmarcan en un teatro bufo, muy lejano a lo que realmente fue, es y sin dudas será el espacio polémico del proceso histórico, con vencedores y vencidos, veraces y fabuladores, valientes y cobardes, traidores y héroes, vírgenes y cortesanas, en fin, las ruinas y desechos que hacen al quehacer de la Historia: “historia magistrae vitae”, esta vieja sentencia, acuñada por Cicerón, recobraría otra vez significación.

La irrupción de la tecnología, que sintetiza la narrativa de la historia caprichosa y arbitrariamente, vincula el presente a un sin tiempo, a un no lugar, una percepción de un presente eterno, que anula toda posibilidad de modificar un pasado que se construye sin registro en lo real de los significados y significantes, desintegrando su identidad histórica y existencial.

Los registros que se inscriben como sedimento de una memoria que olvida la pulsión de la historia, se imponen violenta y autoritariamente sobre una humanidad en estado de exilio de su vida y su devenir como parte de una comunidad, de una civilización que ya no existe, ya no es.

Nos queda el lenguaje, cual componente de la historia, pero cuando se desplaza por la confusión en que medios y redes sociales narran el presente sin destino y pérdida de sentido, el vacío de significados provoca una pérdida de la vigencia de lo “real” para, de ese modo, dejar el pensamiento humano librado a una suerte de ser un eterno paria de lo que jamás aconteció.

Excluidos de la historia oficial, podemos narrar la trama de traiciones, desde las fisuras, de silencios impuestos por los poderes fácticos que todo lo controlan, desde los medios, arma fundamental para manipular a una humanidad esclava y sin aparente salida de esta máquina en la cual —como carnaval rabelesiano— las identidades se cruzan, intercambian y mudan.

Si la historia, entonces, es un teatrum mundi, un escenario donde se produce la mutación de las identidades y los roles, nosotros, protagonistas, sólo podremos reconocernos cuando habremos salido de ella…observándonos en las escenas de nuestra historia, como extranjeros o turistas, pues hemos sido expulsados de ella por decir y actuar acorde a nuestras verdades, desde la perspectiva de seres libres, en compromiso con lo “real” y su alegoría.

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