jueves, 24 de diciembre de 2015

LA DEBILIDAD DEL HOMBRE DE NUESTRO TIEMPO

LA DEBILIDAD DEL HOMBRE DE 
NUESTRO TIEMPO

GUILLERMO DE JORGE
Nos dejamos seducir, nos dejamos engañar, dejamos que nos cuenten todo aquello que a nosotros nos encantaría oír. Nos gusta,  y disfrutamos con que nos hagan a nuestra antojo ese mundo idílico que todos soñamos alguna vez. De una manera u otra, somos evidentemente los responsables oficiales de nuestras derrotas. En ocasiones somos sin duda alguna los verdaderos artífices de nuestro hundimiento. Pero quizás, lo más irónico es que en otras muchas ocasiones nos quejamos. Incluso, creemos que con sólo quejarnos, tenemos más que suficiente para enmendar el despropósito y la verdad es que en cierta manera es correcto. Y lo peor de todo es que generalmente lo que hacemos en realidad es que nos autocomplacemos –y yo, generalmente, el primero-, porque de todos es sabido que no hay nada mejor como la vanidad y la autosatisfacción. Y es que es tan dulce la vanidad, y es que tan dulce la autocomplacencia que si no son los demás condescendientes, ya nos tenemos a nosotros mismos para crearnos un paraíso hecho a nuestra medida.
Ese mundo que solemos esperar o esa realidad tan denostada por nosotros a la que apelamos en los momentos más difíciles siempre es el caldo de cultivo para otros muchos que esperan, a las primeras de cambio, hacer negocio, incluso a costa del sufrimiento ajeno.
Quizás, es lo más terrible que le puede pasar a una sociedad en plena quiebra de valores como es aquella en la que estamos viviendo. Que el propio dolor de los hombres sea moneda de cambio para los marchantes de paraísos y para los mercaderes de lo pernicioso –léase esto último como una queja formal a todos aquellos que usan el dolor ajeno para su propio beneficio-.
Así pues, tenemos sin darnos cuenta todos los ingredientes perfectos para que en el momento más inesperado nos claven una estaca en pleno corazón y nos dejen con los huesos rotos y los bolsillos vacíos. Así es como se amasa la verdadera pobreza del ser humano, cuando sales al mundo y te atacan calle abajo clavándote hasta el último rincón del tuétano de tus huesos con una daga.
Acabaría este artículo con algo que fuese afín a la dinámica de esta época. Prometiéndole, por ejemplo, mi querido lector, un paraíso inexistente al borde de los labios o propugnando un mundo donde no existiese el dolor. Sin embargo, no puedo. No puedo dejar de serle leal y dar una opinión que deleite sus oídos. Pero tampoco voy a predecir el futuro: no es mi oficio, ni lo pretendo.
Sin embargo, para estás últimas líneas, sólo me queda apelar a todo aquello en lo que siempre he creído. Sin dudar. Sin renunciar a todo aquello que siempre nos ha unido y que siempre nos ha hecho permanecer juntos contra viento y marea. A pesar de todo. A pesar de usted y de mí. Pero, recuerde: Si alguien le ofrece un duro por cuatro pesetas, no dude: actúe.
                                                                                           Guillermo de Jorge
                                                                                                      @guillermodejorg

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