martes, 6 de junio de 2017

JUAN SIN TIERRA



JUAN SIN TIERRA
DAVID TORRES

En Coto vedado, su primer tomo autobiográfico, Juan Goytisolo cuenta el embarazo que le supuso enterarse de que era el autor en castellano más traducido después de Cervantes. Tenía entonces treinta y tantos años, sólo había publicado unas cuantas novelas ancladas en el realismo social y sabía que su desmesurada fama se debía, más que a sus méritos literarios, a su lanzamiento en Gallimard y al impulso de su futura esposa, Monique Lange. Goytisolo decidió hacerse digno de ese eco e inició un cambio de rumbo que alteraría su propia vida, su trayectoria literaria y también el rumbo de la narrativa española de posguerra. Torrente Ballester, Martín Santos y Juan Benet, entre otros, ya le habían dado la puntilla al realismo, abriendo campos de juego inéditos para la novela en España, pero la apuesta de Goytisolo fue una aventura personal y existencial que lo llevó hasta el islam, la lengua árabe y al Magreb, y, de paso, una muda de piel que le obligó a cambiar su estética y a replantearse su sexualidad.

La metamorfosis es visible en su trilogía de madurez, Señas de identidad (1966), Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin tierra (1975), tres obras donde los experimentos narrativos desembocaron en una voz original, un tono de salmodia desde el que Goytisolo abogaba por recobrar parte de una España perdida, una España árabe, morisca y judía que había sido expulsada y centrifugada, pero que seguía latiendo en vetas subterráneas del idioma. Goytisolo las siguió explorando a través de sus lecturas y relecturas de los clásicos: pocos como él han vuelto la mirada hacia el pasado, hacia los ídolos desgastados y periclitados por la adoración, para infundirles nueva vida. Lo hizo con San Juan de la Cruz en Las virtudes del pájaro solitario (1988) y con Cervantes, de quien se sentía un afluente hasta el punto de declararse “de nacionalidad cervantina”. Una vez dijo que el escritor no tenía otra responsabilidad más que la de devolver un idioma distinto al que le habían entregado.

Sin embargo, Goytisolo nunca olvidó la responsabilidad política y prestó también su voz a los pobres y a los desfavorecidos. En 1960, en uno de sus primeros libros, Campos de Níjar, expresó la miseria del proletariado almeriense con un tono documental que no esconde la denuncia al tiempo que se enamoraba de la dureza de un paisaje cuya prolongación volvería a encontrar en las llanuras desérticas del norte de África. Muchos años después, fue uno de los primeros intelectuales que abominaron del salvajismo de las guerras balcánicas con otro testimonio implacable: Cuaderno de Sarajevo.

Hace dos años retomó su papel de Pepito Grillo en la recepción del Premio Cervantes con un discurso incendiario que dividía a los plumíferos entre literatos (los que persiguen una carrera) y escritores (los que obedecen una adicción); hacía un guiño inconfundible a Podemos; se mofaba de los patéticos intentos por desenterrar los huesos del autor del Quijote; recordaba las penalidades, deudas y estrecheces sufridas por Cervantes en los últimos años de su existencia; y se atrevía, ante el rostro mismo de la monarquía, a entrecomillar la inutilidad de las pompas y fastos oficiales con un memorable oxímoron de García Márquez: “la exquisita mierda de la gloria”. Ha muerto en Marrakech. Mañana la invasión recomenzará.

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