sábado, 3 de febrero de 2018

BROCHALARI

BROCHALARI
J.M. AIZPURUA
¡Yo no soy un “escritor”! Escritores son otros, como José Rivero Vivas y Víctor Ramírez, y además son maestros con lugar en la literatura universal y canaria.
Yo empecé de “brochalari”, pintando las tapias y escribiendo en ellas lemas antifranquistas y consignas patrióticas. Ello me llevaba mi tiempo en adaptar en segundos a un espacio en tapia o fachada lo que quería transmitir, que era lo que los jefes nos habían ordenado. Como me decía un compañero de brocha, hace unos días; “eran los tiempos de la ilusión”. Aprendimos a resumir y a convertir una pared en un grito de libertad, que asustaba a los fascistas.
Llegando a los 20 años, pasé de la tapia a la novela, y mi primera obra me la robaron de mi casa, cuando escribir a máquina, era todo un oficio y las correcciones eran casi imposibles.
Ante el 23-F, al comprobar que estaba en una lista de “ejecutables” que habían enviado a la guardia civil de mi pueblo y que un miembro amigo me advirtió, seguro que aquellas bestias darían conmigo, me dispuse a dejar un testimonio de mi personalidad real para que mis hijos y amigos tuvieran de mí un recuerdo exacto alejado del político al uso. Escribí apresurado unas páginas y las uní a otras ya escritas hasta completar un volumen. Y me gustó aquello de escribir.
Desarticulados los golpistas volvieron a la normalidad y los ejecutables volvimos a lo nuestro, pero en adelante yo encontré un desahogo en la escritura, suplantando a la lectura voraz de antaño, y tratando de encontrar en mí cosas que decir para que otros pudieran reparar en ellas y crecer por esas sendas. Bonito oficio el de escritor.
Pero la terrible sociedad hispana del siglo XXI, adicta al móvil y al gimnasio, abandonó la librería y considera frikis a los jóvenes lectores. Tremendo error que hipoteca el futuro, aunque lo pinten de plurinacional. Salvemos al libro, y al librero, y a la bendita librería donde se encuentra la esencia del mejor pensamiento de la Humanidad. Es en el ámbito de librería donde podemos crear utopías y mundos interiores que surgen, leyendo, del contagio de grandes maestros escritores que pasaron antes por allí y que ayudan a salir nuestro yo profundo, necesario para que la inteligencia humana pueda sobrevivir a esta fase actual de mediocre y vulgar modelo; un ser-oveja, que se ha olvidado hasta de balar.
Leer un libro bajo uno de los bellos árboles chicharreros es algo que los jóvenes se están perdiendo, mientras corren como posesos para enmendar su cuerpo sin reparar  su mente. Ya el “mens sana in corpore sano” de las Sátiras de Juvenal, dejó de ser un lema sostenible pues la mens, el pensamiento, la crítica constructiva, rompe su equilibrio con el cuerpo y está dejando paso al trotón descerebrado.
Muchacha, muchacho: ¡lee!




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